Tenía once años cuando visité la base militar de Figueirido y fue en una excursión con el "cole". Aunque suene raro, en Pontevedra ir, por aquel entonces, de visita "cultural" a la base militar de la BRILAT era todo un honor puesto que significaba observar desde primera línea la misión que estaban llevando a cabo en Bosnia. Recuerdo perfectamente la emoción de Carlos cuyo padre, comandante, se encontraba en Mostar. Pudimos ver, sentir y probar todos sus misiles, subirnos a los tanques, ver sus maniobras, y comer con ellos (su misma rancia comida quiero decir) debajo de aquella carpa destartalada; nos enseñaron el primer catre de las chicas, los lanzagranadas, cómo se utilizaban los dispositivos de salvamento, nos colocaron los chalecos antibalas, fotos de Sarajevo, de los peligros que debían sortear para distribuir el pan entre la población y, sobre todo, un gran respeto por lo que hacían. El mismo respeto que en Pontevedra se le profesa a los soldados que todavía hoy participan en la procesión de la patrona, la virgen Peregrina.
He de confesar que, de aquella visita, regresé con la idea de querer ser soldado de mayor aunque fue sólo eso "una idea". Y se preguntarán ¿a qué viene todo esto? pues que ayer vino de nuevo a mi memoria aquella excursión porque murieron dos españoles de la BRILAT en Afganistán, porque no puedo evitar sentir una cierta admiración por quien desempeña tan responsablemente y con tanto fervor un trabajo difícil de entender a estas alturas, y porque yo puedo decir que, durante un día, formé parte de la BRILAT.
lunes, 10 de noviembre de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)