Érase una vez un pequeño botón, rojo chillón, raro y algo deforme pero era el preferido de Berto, un chiquillo de cinco años. El botón era el más llamativo y feo de todos pero era el que sujetaba el primer ojal del mandilón de Berto. Su posición superaba en varios centímetros al resto de botones, tan iguales, tan perfectamente delineados y tan bonitos.
Berto lo quería con locura porque no había otro botón igual en todo el colegio pues ningún niño lucía semejante broche en su baby.
Un desafortunado día el tirón de un compañero de Berto riéndose de su botón hizo que éste se descolgara. Berto lloró y lloró pues su querido objeto ya no sólo lo había dejado sin poder abrochar el mandilón, sinó que había perdido aquello que hacía que su prenda fuera diferente.
El pequeño botón rodó y rodó por el suelo hasta que paró de dar vueltas a los pies de una señora que esperaba en el patio a su retoño. La forma y el color llamativo del botón le llamaron la atención y lo recogió. Al llegar a casa lo puso en su set de costura a buen recaudo por si "alguna vez hace falta" pensó.
Y así pasó nuestro botón días y días, meses y años hasta que un buen día, un niño abrió de nuevo la caja y exclamó:
-Mamá éste puede valer, es muy chulo y se parece mucho.
-Es cierto, respondió la madre "es perfecto".
De nuevo, la misma mujer que lo había recogido en la calle lo cogió y cual sorpresa del botón encontró a varios como él que abrochaban una vistosa chaqueta de payaso. Era el traje de carnaval de Dani, su nuevo dueño. Lo cosieron con mimo y él se encargó de anudarse al ojal que le correspondía.
-Perfecto, ya está listo.
Y Dani se puso su traje, y ganó el concurso. Al regresar a casa y tras desvestirse, el pequeño se dirigió a su madre y le dijo:
-Menos mal que me cosiste el botón, sino no estaría completo.
Y el botón permaneció orgulloso sujeto al traje junto con el resto de compañeros.
1 comentario:
Pero pobre Berto...
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